Desde la perspectiva geográfica, la zona costera es una franja de ancho variable, resultante del contacto interactivo entre la naturaleza y las actividades humanas desarrolladas en ámbitos que comparten la existencia o la influencia del mar. La zona costera posee una amplitud variable y resulta del contacto dinámico entre la hidrosfera, litosfera y atmósfera (Barragán Muñoz, 1994).
Bajo una mirada ecológica, la costa es una zona de ecotono con fuerte interrelación entre ecosistemas terrestres, marinos y aéreos, donde se generan y desarrollan procesos esenciales para el mantenimiento de la vida. La costa es un sistema de frontera abierta integrada por la tierra firme y el agua, vinculadas por interacciones biofísicas. En palabras de Morello (2002), en la zona costera actúan procesos climatológicos generando precipitaciones (escurrimientos superficiales y subterráneos), físicos (crecientes, mareas, oleaje, inundación, sudestada, transporte de sedimentos, erosión y sedimentación), mixtos (mezcla de agua dulce y salada), biológicos (acuáticos y terrestres) y penetración de luz solar.
Desde la visión del turismo, la zona costera conforma un espacio de recreo para las prácticas helio-balneotrópicas y deportivas, constituye un área muy dinámica, donde existe una fuerte interrelación entre los ecosistemas terrestres y marinos. La presencia de recursos naturales define la localización espacial del turismo y permite diferenciar entornos configurados por la función turística (Vera et al., 1997).
El turismo en la zona costera implica un elevado consumo de suelo, que asociado a las prácticas recreativas genera diversos modelos de implantación, transformación y reorganización de estructuras territoriales, sociales y económicas. El acondicionamiento turístico de la zona costera exige poner en valor al recurso natural e implica la construcción de equipamiento específico para brindar servicios de alojamiento, restauración, transporte y recreación, así como servicios complementarios a la prestación turística (comercios, bancos, seguridad, sanidad, etc.) y las obras de infraestructura de base (vías de comunicación, terminales de transporte aéreo, terrestre y/o marítimo, servicios urbanos básicos: energía eléctrica, agua, cloacas, limpieza-, etc.) para asegurar la accesibilidad al sitio (Benseny, 2011).
El acondicionamiento de la zona costera origina una rápida transformación territorial, social y económica, donde las actividades tradicionales ceden lugar a los modelos de implantación que impone el turismo, se acelera la urbanización y configura la especialización turística. Se produce una expansión territorial y modificación del uso de suelo en las zonas rurales y urbanas preexistentes. “La actividad urbano-turística se convierte en el factor polarizador y dinamizador de las economías locales del litoral y su expansión queda condicionada a las posibilidades y disponibilidades de suelo (reducido interés agrícola, proximidad al mar), oportunidades de mercado (crecimiento de la demanda) y desarrollo de infraestructura”... (Vera et al., 1997: 93).
Desde fines del siglo XIX, la costa marítima de la provincia de Buenos Aires sufre un proceso de fragmentación territorial, donde extensos espacios costeros sufren transformación, degradación ambiental y destrucción, como consecuencia del desarrollo de urbanizaciones y el apogeo del turismo de sol y playa. Las presiones ejercidas por una población creciente que busca disfrutar sus vacaciones en la playa, amenaza con destruir los beneficios que ofrece la zona costera. El cuidado del ambiente requiere un conocimiento de los procesos naturales, dado la fragilidad y alta vulnerabilidad de los recursos naturales y una cuidadosa planificación y gestión responsable del destino.
Bajo una mirada ecológica, la costa es una zona de ecotono con fuerte interrelación entre ecosistemas terrestres, marinos y aéreos, donde se generan y desarrollan procesos esenciales para el mantenimiento de la vida. La costa es un sistema de frontera abierta integrada por la tierra firme y el agua, vinculadas por interacciones biofísicas. En palabras de Morello (2002), en la zona costera actúan procesos climatológicos generando precipitaciones (escurrimientos superficiales y subterráneos), físicos (crecientes, mareas, oleaje, inundación, sudestada, transporte de sedimentos, erosión y sedimentación), mixtos (mezcla de agua dulce y salada), biológicos (acuáticos y terrestres) y penetración de luz solar.
Desde la visión del turismo, la zona costera conforma un espacio de recreo para las prácticas helio-balneotrópicas y deportivas, constituye un área muy dinámica, donde existe una fuerte interrelación entre los ecosistemas terrestres y marinos. La presencia de recursos naturales define la localización espacial del turismo y permite diferenciar entornos configurados por la función turística (Vera et al., 1997).
El turismo en la zona costera implica un elevado consumo de suelo, que asociado a las prácticas recreativas genera diversos modelos de implantación, transformación y reorganización de estructuras territoriales, sociales y económicas. El acondicionamiento turístico de la zona costera exige poner en valor al recurso natural e implica la construcción de equipamiento específico para brindar servicios de alojamiento, restauración, transporte y recreación, así como servicios complementarios a la prestación turística (comercios, bancos, seguridad, sanidad, etc.) y las obras de infraestructura de base (vías de comunicación, terminales de transporte aéreo, terrestre y/o marítimo, servicios urbanos básicos: energía eléctrica, agua, cloacas, limpieza-, etc.) para asegurar la accesibilidad al sitio (Benseny, 2011).
El acondicionamiento de la zona costera origina una rápida transformación territorial, social y económica, donde las actividades tradicionales ceden lugar a los modelos de implantación que impone el turismo, se acelera la urbanización y configura la especialización turística. Se produce una expansión territorial y modificación del uso de suelo en las zonas rurales y urbanas preexistentes. “La actividad urbano-turística se convierte en el factor polarizador y dinamizador de las economías locales del litoral y su expansión queda condicionada a las posibilidades y disponibilidades de suelo (reducido interés agrícola, proximidad al mar), oportunidades de mercado (crecimiento de la demanda) y desarrollo de infraestructura”... (Vera et al., 1997: 93).
Desde fines del siglo XIX, la costa marítima de la provincia de Buenos Aires sufre un proceso de fragmentación territorial, donde extensos espacios costeros sufren transformación, degradación ambiental y destrucción, como consecuencia del desarrollo de urbanizaciones y el apogeo del turismo de sol y playa. Las presiones ejercidas por una población creciente que busca disfrutar sus vacaciones en la playa, amenaza con destruir los beneficios que ofrece la zona costera. El cuidado del ambiente requiere un conocimiento de los procesos naturales, dado la fragilidad y alta vulnerabilidad de los recursos naturales y una cuidadosa planificación y gestión responsable del destino.
Dra. Mónica García
Dra. Graciela Benseny